Vuelvo a escribir, el relato no tiene título; no estoy del todo conforme con el resultado (creo que es una historia bastante tópica) pero al menos he roto el silencio blanco del folio, lo cual es lo principal. El mes va de vueltas y es que hace unos días volví a subirme a un escenario, en esta ocasión de cuentacuentos. Habrá más ocasiones, lo cual me hace muy feliz.
El relato-retorno es un regalo para una amiga, al igual que la ilustración que lo acompaña y en la cual se ha inspirado, obra del ilustrador Manuel J.Iniesta.
Apretó los dedos contra el hueso, con fuerza, recreándose en la presión. Echando bailarines vistazos al calor del horizonte, acunaba su cuerpo sobre la tierra, roja como un órgano vital. Espectante. Su cabello, perdido entre un mar amarillo de trigal, crecía aleatoriamente; mechones a veces kilométricos, a veces diminutos cual pestañas, escarbaban el viento con parábolas, ondas, espirales. Siguiendo la tendencia aleatoria, de la melena surgían trenzas que tan pronto desaparecían, cambiaban de lugar o permanecían días y días, caprichosas. Violentas hogueras del tamaño de un erizo se hacían hueco entre el cuero cabelludo y pequeñas criaturas doradas se mimetizaban con los rizos, haciendo de ellos su parque de juegos, hogar y escondite.
Plomiza,
elegante, invernal. La noche llegó y con ella la melodía de una flauta
de hueso. La pasión se hacía palpable desde aquel preciso instante,
haciendo cosquillas canallas a los animales del bosque, testigos de
principio a fin de aquel amor amarillo. Y como siempre, llegado el
momento, también lo eran de la ida de la noche que, con su sombrero
estrellado de copa, se retiraba hasta la siguiente ocasión, cesando la
melodía de hueso amarillo.
Ella, desnuda y
potente como un rayo, se dejaba amar por "Noche"... hasta que se le fue
diluyendo la paciencia, la escasa que conservaba como criatura de fuego
que era, envenenada de despedidas. Inevitablemente "Noche" desaparecía
tras cada idilio e, inevitablemente, la dama dorada fue marchitándose
primero, enloqueciendo después.
Azul
oscura casi negra, "Noche" fue naciendo otra ocasión más en el interior
de cuanto había y vivía. Raíces, senderos, rocas, pulmones, corazones.
Su toque acuoso y purpúreo llegó también a la rubia piel de "Día" que,
devorada por la desesperación, se lanzó sobre su amante aprisionándole
entre trenzas, serpientes y enredaderas de trigal. Confuso, asustado y
sin respiración, "Noche" se zafó volátil, huyendo desorientado. Logró
regresar pasadas tres semanas: ni rastro de lo que antes había sido
"Día". Solo un ondulante río de oro serpenteaba entre las colinas.
"Noche" la reconoció al instante. Se sumergió sobre sus aguas, acarició
sus pálidas olas y, comprendiendo lo que había sucedido, se despidió
con un espeluznante, sincero y helado abrazo. Decidió quedarse en el
lugar custodiando, hasta el final de su tiempo, el río dorado.
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