jueves, 15 de noviembre de 2012

Relato-retorno



 Vuelvo a escribir, el relato no tiene título; no estoy del todo conforme con el resultado (creo que es una historia bastante tópica) pero al menos he roto el silencio blanco del folio, lo cual es lo principal. El mes va de vueltas y es que hace unos días volví a subirme a un escenario, en esta ocasión de cuentacuentos. Habrá más ocasiones, lo cual me hace muy feliz. 

El relato-retorno es un regalo para una amiga, al igual que la ilustración que lo acompaña y en la cual se ha inspirado, obra del ilustrador Manuel J.Iniesta. 



Apretó los dedos contra el hueso, con fuerza, recreándose en la presión. Echando bailarines vistazos al calor del horizonte, acunaba su cuerpo sobre la tierra, roja como un órgano vital. Espectante. Su cabello, perdido entre un mar amarillo de trigal, crecía aleatoriamente; mechones a veces kilométricos, a veces diminutos cual pestañas, escarbaban el viento con parábolas, ondas, espirales. Siguiendo la tendencia aleatoria, de la melena surgían trenzas que tan pronto desaparecían, cambiaban de lugar o permanecían días y días, caprichosas. Violentas hogueras del tamaño de un erizo se hacían hueco entre el cuero cabelludo y pequeñas criaturas doradas se mimetizaban con los rizos, haciendo de ellos su parque de juegos, hogar y escondite.

Plomiza, elegante, invernal. La noche llegó y con ella la melodía de una flauta de hueso. La pasión se hacía palpable desde aquel preciso instante, haciendo cosquillas canallas a los animales del bosque, testigos de principio a fin de aquel amor amarillo. Y como siempre, llegado el momento, también lo eran de la ida de la noche que, con su sombrero estrellado de copa, se retiraba hasta la siguiente ocasión, cesando la melodía de hueso amarillo. 

Ella, desnuda y potente como un rayo, se dejaba amar por "Noche"... hasta que se le fue diluyendo la paciencia, la escasa que conservaba como criatura de fuego que era, envenenada de despedidas. Inevitablemente "Noche" desaparecía tras cada idilio e, inevitablemente, la dama dorada fue marchitándose primero, enloqueciendo después.


Azul oscura casi negra, "Noche" fue naciendo otra ocasión más en el interior de cuanto había y vivía.  Raíces, senderos, rocas, pulmones, corazones. Su toque acuoso y purpúreo llegó también a la rubia piel de "Día" que, devorada por la desesperación, se lanzó sobre su amante aprisionándole entre trenzas, serpientes y enredaderas de trigal. Confuso, asustado y sin respiración, "Noche" se zafó volátil, huyendo desorientado. Logró regresar pasadas tres semanas: ni rastro de lo que antes había sido "Día". Solo un ondulante río de oro serpenteaba entre las colinas. "Noche" la reconoció al instante. Se sumergió sobre sus aguas, acarició sus pálidas olas y, comprendiendo lo que había sucedido, se despidió con un espeluznante, sincero y helado abrazo. Decidió quedarse en el lugar custodiando, hasta el final de su tiempo, el río dorado. 

Cuentan que, en un rincón irlandés inaccesible y que cambia de latitud según los deseos del amante que quedó, la noche es eterna y un río sabe a cerveza. Cuentan también que la cerveza sabe mejor en las fauces nocturnas y que, si se afina el oído, aun se puede escuchar, entre taberna y taberna, pinta tras pinta, una leve melodía amarilla recorriendo las noches más oscuras, auténticas, cerradas. 


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