domingo, 21 de marzo de 2010

Consílium



Últimamente me alimento de proyectos, pero no termino de hacer bien la digestión. Necesito un auto-empujón de cierta contundencia.

Una táctica que quizá pueda funcionarme es la de contarlo al mundo. Cuando el fumador quiere dejarlo, cuando se toma la decisión de quitarse seriamente la lorzas de más... (los ejemplos puestos son tópicos hasta decir basta, lo sé, la cosa es que quede claro...) ¿qué es lo que, quizá, nos reconcome cuando ya hemos pasado la etapa del autoconvencimiento férreo? ¡Bingo! El habérselo contado a una tercera persona, la necesidad de no revelar al exterior nuestro fracaso. Porque si ese propósito lo hubiéramos guardado en secreto al llegar el momento de dejarlo abandonado a su suerte, solo tendríamos que hacernos cargo del peso de nuestra conciencia, que en según qué situación o si nos hemos "acostumbrado" a ello, puede no ser demasiado insoportable o, al menos, no lo suficiente.

Cumplir proyectos me supone (como a cualquier hijo de vecino) un cacho de felicidad y eso es lo que a estas alturas persigo, aunque sea a trozos. Tardaré lo que tenga que tardar, no me voy a dar prisa. De algo me tendrá que servir la cabezonería, así que cualquier proyecto que desfile por aquí, sea minúsculo o el súmmun de los proyectos, acabará cumpliéndose. Éste es el primero de una serie de posts de la misma temática.

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