domingo, 30 de septiembre de 2007

Salto


Durante el salto, la máscara cae y la personalidad se hace visible.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Avenida de América

Cuentacuentos 30

Segunda Parte de Cruz del Rayo


Como anunciaba la voz masculina del megáfono, la normalidad no tardó en volver de su pequeña escapada. Las vías soportaban otra vez el peso del tren en movimiento y los rostros de alivio de los pasajeros se intercalaban con otros de impaciencia tras comprobar que el tiempo no había imitado el frenazo de la máquina. En la cabina, el conductor entremezclaba palabras con los técnicos de la estación que al parecer desconocían la causa del parón.

Sus ojos se habían pegado como lapas a la mirada de él, que seguía sonriendo.

Poco después, la voz volvió a escucharse, y más de la mitad del vagón se agolpó en torno a la salida, cortando así el magnetismo que les unía. Llegaban a una de las estaciones más transitadas de toda la red, una estación que se llevaría de un zarpazo a gran parte de las fichas y colocaría otras muy parecidas en su lugar.

No era la parada de ninguno de los dos pero ella se levantó como un resorte, no quería perderle de vista. Hizo bien porque él ya se había levantado y tenía intención de bajarse. ¿Y ahora qué se supone que haces? Te queda una parada... si es que realmente vas a clase... Se abrieron las puertas y el chico desapareció entre la multitud. El vagón de ella estaba mucho más lleno y cuando consiguió salir se encontró con una marea de ojos cansados que parecían gritar está aquí, le tenemos pero no te lo vamos a dar.

Molesta consigo misma por haber confundido un espejismo con un sentimiento tan intenso, movió sus pies con desgana hasta llegar al banco más cercano, donde esperaría al siguiente tren. En apenas cuarto de hora su mano correría un maratón de apuntes y su memoria habría medio sepultado aquella mañana tan extraña. Todo había sido producto de la confusión del momento, del cansancio acumulado, nadie le había ni siquiera rozado... se dijo.

Volvía a estar sola en la estación. Miró a la pantalla: tenía cuatro minutos hasta que llegara el tren. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared.

-Hola...

-Hey... hola... ¿Me escuchas? -insistió.

La voz salía tan nítida de su cabeza que ni siquiera se molestó en abrir los ojos para contestar:

-¿Quién me habla?

-Aquí abajo... no te asustes...

Abrió los ojos. Al principio no vio a nadie pero no había lugar para la duda... volvía a sentir aquel magnetismo...

Desde la vía, con los antebrazos apoyados sobre la superficie del andén como si de una piscina se tratase, él le sonreía, esta vez de una forma deliciosamente pícara.

-¿Qué... qué haces ahí abajo? ¡Sube enseguida... el tren... ! –le dijo ella con los ojos inundados de pánico.

-Tranquila, no me va a pasar nada... - contestó él tras guiñarle un ojo.

-¿Pero qué dices?¿Te has vuelto loco? Te ayudo, date prisa... - se acercó y le tendió la mano... pero él tiró con más fuerza y consiguió hacerla caer.

-Ya te tengo... - era muy ágil y había logrado cogerla antes de que cayera al duro y gris suelo junto a las vías, lleno de colillas y humedad- Mírame un momento,¿vale? No te vas a llevar ni un rasguño, al tren le quedan dos minutos para pasar...

Y entonces, con la chica en brazos, se adentró corriendo hacía la oscuridad del túnel. Ella intentó impedirlo pero él la agarraba con tanta fuerza que le resultó imposible.

Una luz se dejaba ver a lo lejos. Había quedado quieta pero pronto volvería a avanzar en su dirección y justo cuando comenzaba a hacerlo, el chico giró bruscamente a la izquierda.

-Ya estamos a salvo... ya te dije que no te iba a pasar nada, cielo.

No podía pronunciar palabra, estaba demasiado confundida, solo podía sentir miedo...

-Espera un momento aquí, preciosa – y la dejó tumbada sobre un raído y viejo sofá que al parecer el chico habría logrado transportar hasta allí. Se comportaba con una normalidad pasmosa, como si en vez de en las profundidades del metro de Madrid, estuviera en su piso sacando unas cervezas de la nevera, mientras ella le esperaba en el salón encendiendo el DVD y subiéndose un poco la falda.

Él volvió enseguida con una linterna antigua, que enseguida encendió. La luz iluminó su rostro y ella comprobó con horror que no era el chico del vagón, no era su compañero de clase... pero se le parecía tanto...

-Este es mi hogar encanto ¿qué te parece? ¿te gusta? –se acercó un poco a ella que asustada se alejó de su lado- Lo sé, le quedan unos cuantos retoques, pero no puedo permitirme otra cosa. Llevo aquí meses, nadie me ha descubierto... salvo tú preciosa...

Se trataba de un habitáculo de unos treinta metros cuadrados, lleno de cajas por todos lados. Las cajas, el sofá y al fondo lo que parecía una pequeña máquina tuneladora. Olía a podrido y a humedad. Ni una cucaracha hubiera considerado aquello un hogar.

Volvió a intentarlo, esta vez fue bastante más directo y acarició suavemente el muslo de la chica. Ella pegó un respingo.

-Nena, tranquila, no te asustes...

No iba a quedarse más con aquel loco... y sin pensárselo dos veces salió corriendo; él no se lo impidió...

-Muy mal, preciosa, muy mal... has cometido un tremendo error...

Instantes después la luz se apoderó del túnel.




domingo, 23 de septiembre de 2007

Cruz del Rayo

Cuentacuentos 30


Incluso el que menos esperas podría ser el que lo dijo, el que se acercó, retiró con suavidad los mechones necesarios y pronunció aquellas palabras, dejando tras de si un calor que permanecería días y días, como un potente perfume, pegado a tu cuello.

Antes de entrar, contó las marquitas del billete rosado. Solo quedaba un viaje, a la vuelta se las apañaría con las monedas desperdigadas por el bolso. Se dejó llevar por la lentitud de las escaleras mecánicas, cuatro en total, mientras decenas de pies recién levantados le adelantaban. A pesar de llegar tarde, no tenía prisa. Sonrió: la melodía de la pista número cuarenta y seis le hacía recordar a la del tetris. Miró a su alrededor y la sonrisa se acrecentó: el chico tatuado que bajaba saltando de dos en dos los escalones se había convertido en una espigada viga amarilla; la joven de la falda con vuelo era ahora una estilizada ele de color morado y la señora bajita del carro de la compra un torpe cubo rojo. Todas las fichas querían ser las primeras en llegar al vagón y conseguir asiento como premio.

Ya a punto de llegar vio como un tren esperaba paciente. Decidió no correr, seguir con su parsimonia. Se subiría al siguiente.

Se sentó y echó un vistazo al resto del andén. No estaba sola. Se giró con disimulo y se sonrojó un poco al reconocer al ocupante del siguiente banco. Por suerte, él ni se había inmutado, estaba ocupado pasando las hojas de una revista que simultaneaba dos de sus grandes pasiones: mujeres y coches. Ya eran las ocho y cuarto, los dos deberían estar en clase. Por lo visto habían coincido en la decisión de saltarse la primera hora.

El próximo tren va a efectuar su parada en la estación. Una voz femenina avisaba de la inminente llegada. El andén se había llenado de piezas de tetris en pocos minutos y le costaba identificar al chico entre tantos colorines. Aun así pudo distinguir su figura entrando en el vagón de al lado.


Mierda –pensó- ¿qué te costaba subir a este? Se consoló pensando que solo tendría que aguantar tres paradas. Entonces los dos saldrían y le abordaría con alguna duda de dibujo técnico o cualquier excusa tonta. Se sentó entre dos cubos rojos un tanto regordetes que hacían que su estancia en el vagón resultara algo apretada. Cerró los ojos y se puso a pensar en el chico.

No le dio tiempo a que su fantasía volará muy lejos. El tren comenzó a moverse bruscamente de un lado a otro y las luces que iluminaban el vagón se hicieron intermitentes. Las fichas de tetris cuchicheaban, empezaban a mostrar signos de alarma. Una violenta sacudida desequilibró el tren. Evitando así un posible descarrilamiento, el conductor se vio forzado a recurrir al freno de emergencia. Entonces una extraña calma se apoderó del ambiente. Las fichas se miraban unas a otras con curiosidad, como si de repente se hubieran percatado de la presencia del resto. Ella no. Ella miraba a través de la pequeña ventana que dejaba ver el vagón de al lado. El chico ya no estaba en su asiento.

Se escuchó un ruido fuerte y seco y las luces se apagaron completamente. A la imprevista oscuridad le acompaño un momentáneo silencio que fue pronto roto por los lloros de una pequeña viga amarilla. La madre de esta la tranquilizó en seguida pero ahora eran los murmullos de los ocupantes del vagón los que juntos sumaban un intenso sonido semejante a una radio mal sintonizada.

Fue entonces cuando, con la confusión de fondo, notó como alguien le acariciaba el pelo. La mano se deslizó con delicadeza por su mejilla hasta recorrer levemente el contorno de sus labios. El dueño de las caricias se agachó y se acercó a su oído... rozándolo levemente...

-He parado el tren para decirte que...


Ella se sorprendió pronunciando estas últimas palabras en voz alta, mientras él se las regalaba en un susurro. Poco después la voz se apagó y ella no tardó en suponer que él ya no estaba allí. El ruido de la maquinaria comenzó de nuevo y en escasos cinco minutos volvió la luz. La puerta que comunicaba los dos vagones estaba entreabierta. A través de la ventana contigua le llegaba una tímida sonrisa...




lunes, 17 de septiembre de 2007

Korsakov


Cuentacuentos 29

Quieroquemividaseadeesasqueseinmortalizanenunlibro...
marquésdegastañagadoce.
Estaba desayunando algo caliente en un bar cualquiera, a punto de recoger su mochila del suelo y marcharse. De repente apareció, de carrerilla, como un relámpago. La frase se encendió temporalmente en su cabeza; tenía que darse prisa o desaparecería. Miró el reloj. Controlando una sonrisa bobalicona, observó a su alrededor, nervioso. Sentada en una de las mesas una chica revisaba sus apuntes; le pidió un bolígrafo. Ella le miró extrañada -su aspecto descuidado solía provocar esa reacción- pero se lo prestó. Le podría haber pedido un trocito de papel pero le pareció excesivo . Se las arregló con una servilleta. Sacó unas cuantas monedas de dentro de la mochila -dinero que siempre había estado allí y que no recordaba haber metido-, pagó al camarero y salió corriendo hacía el parque . Allí se sentó en el lugar más tranquilo que pudo encontrar.

Sacó del bolsillo lo que acaba de escribir:

Quiero que mi vida sea de esas que se inmortalizan en un libro;

marqués de gastañaga doce.

Miró con cariño el trocito de servilleta. Estuvo un rato contemplándolo. Sabía que significaba algo pero no sabía el qué. Poco después sacó una carpeta de la mochila. En ella había una colección de cientos de notas como aquella, clasificadas por orden cronológico y de extensión similar. Todas con la misma letra. Le ayudaban a recordar datos que, de no estar escritos, jamás volverían a su memoria. Algunas tenían sentido...otras, como la de esa mañana, no... pero se fiaba de ellas.


Ignoraba el origen de la mochila pero siempre la llevaba consigo.Suponía que habría sido un regalo de alguien que no recordaba o que siempre le había pertenecido. Ni siquiera sabía quien era... él mismo.Para tapar el hoyo en la memoria recurría a la imaginación, fantaseando sobre su identidad. Unos días era escritor, otros cartero, profesor o músico callejero. Sobrevivía olvidando irremediablemente lo que había hecho el día anterior. Las notas le ayudaban a recordar pequeños detalles, le hablaban sobre lugares que tiempo atrás había visitado, de restaurantes a los que merecía la pena volver, de personas, de momentos de vida que se habían perdido en el agujero negro de lo irrecuperable.

Cuando abría la mochila y leía cada una de las notas una y otra vez, se sentía feliz; disfrutaba saboreando aquellos breves momentos de su pasado pero no podía evitar sentirse vacío. Sin saber el significado de la que ahora tenía en sus manos pero con la certeza de que era importante, comenzó su peculiar búsqueda.

Empezó por el parque, comparando las letras de la nota con todo lo que veía. Nopisarelcesped. Zonadejuegos. Cocacolalight. JaimecorazónSara. LuckystrikeredlasAutoridadesSanitariasadvierten:fumarpuedematar...

Lo cierto era que el parque no era muy dado a literaturas.

Todo cambió radicalmente una vez fuera de él: la enorme cantidad de información que salía de todas partes le saturaba. Tardaba una media de diez horas en analizar una calle entera.

Gracias al dinero de la mochila había logrado sobrevivir durante mucho tiempo, y sin duda le quedaba suficiente para financiar la búsqueda. Le costó más de un mes encontrarlo. Primero vio la placa de la calle... Después la pequeña pintada en la pared. Miró la nota, lo había encontrado: cuadraba.Un pinchazo raro en la cabeza le hacía pensar que aquello lo había visto antes, algo le era familiar. Sentado en el portal del número doce un hombre de unos cincuenta años le miraba con los ojos muy abiertos, como si hubiera visto un fantasma. Rápidamente corrió a abrazarlo.


Se dejo abrazar y preguntó:

-¿Quién pintó lo de la pared?

-Fuiste tú, hermano...Hace mucho tiempo...cuando apenas eramos unos niños - le abrazó con más fuerza, todavía sin creerse la situación...


La historia de este hombre se hizo famosa hace unos años: enfermo de una rara patología que afecta a la memoria, el síndrome de Korsakov, desapareció sin dejar rastro en 1987. Quince años más tarde logra volver a casa, por casualidad y con la ayuda de una frase que había escrito de niño sobre la fachada de su edificio. Un flashback que le sacó de una vida de mendicidad.


/pequeña p.d: soy consciente de que el cuento no se entiende demasiado bien, las prisas supongo... es lo que ha salido ^^/

domingo, 9 de septiembre de 2007

Cuatro sentidos

Cuentacuentos 28


Se mordió los labios hasta que le sangraron los silencios. Era la forma que tenía de castigarse.

De alguno de los coches del aparcamiento salía una música estridente que por suerte no oía. Una chica rubia con ropa dos tallas menor observaba su alrededor inexpresivamente desde la altura privilegiada de unos tacones que le hacían parecer una torre curvilínea de color azul cobalto. Un ejecutivo de corbata hortera y mirada despistada daba vueltas como un abejorro y de vez en cuando tonteaba con las teclas de un teléfono móvil. En la primera escalera que daba a la playa un grupo de veinteañeros de pantalones caídos y carcajada fácil cargaban bolsas de plástico blanco.

Un cielo desteñido, picor de arena en los ojos, olor a salitre y su compañero el silencio. Nada más.

¿Nada más? Sí, si que lo había... Gente que actuaba con un cacahuete por cerebro y corazón. Que presumía de sensibilidad, decía querer y admirar su(s) diferencia(s) y que luego resultaba ir disfrazada de camaleón.

Se sentó en la arena, junto a la escalera, a observar desde la lejanía aquellas olas silenciosas que saludaban a todo aquel que les prestase un poquito de atención, pero sin acercarse. Justo al lado la panda de las bolsas bebía sin parar, riendo sin volumen.

Dejó de morderse el labio, había dolido pero era una manera estúpida de encauzar la rabia. El silencio seguía sangrando. Odioso silencio... Cuatro sentidos y un cóctel de sentimientos donde la reina era aquella rabia intrusa que se le había colgado de los ojos.

-¿Porqué no lo olvidas? Deberías irte- se repetía, pero seguía allí... Soportando.

Cerró los ojos. Culparle a él no le calmaba. Tampoco echarle la culpa a la puta sordera, ni a la de verdad... ni a aquella figurada que no le había avisado; habría bastado con un simple “no te fíes, no es más que un cabrón”. Pero, como siempre, no pudo escuchar. O no quiso. ¿Porqué no existiría un aparatito que radiografiara a las personas? En Javi, aparte de vísceras y un montón de huesos, habría descubierto un trocito de kiwi bombeando sangre.

Comenzaba a anochecer. A principios de octubre la temperatura junto al mar seguía siendo suave. Elena abrió su segunda cajetilla de Malboro; le llenaba los pulmones de mierda, sí, pero también se llevaba flotando el cabreo. ¿Javi quería una chica que no tuviera que leerle los labios? ¿Quería una que pudiera acompañarle a conciertos sin parecerle un sinsentido? ¿Qué bailara sensualmente al ritmo de música inaudible? ¿Qué escuchara sus hipócritas te quieros o las ardientes palabras que le dedicaba en la cama? Lo tenía fácil: estaba rodeado de chicas así... pero no encontraría nadie como Elena...

Poco a poco se fue encontrando mejor. La playa, la calma, la brisa... -todo palabras femeninas, que casualidad- habían hecho que, en un tiempo récord, el odio se convirtiera en simple indiferencia. Sabía que en pocas semanas volvería a caer, que la carne no era de hielo, que no se podía negar a una buena mercancía de vez en cuando. Si hacía falta ella también podía fingir tener un trocito de kiwi por corazón.


sábado, 1 de septiembre de 2007

Homenaje a Cortázar



Hace tiempo que esto estaba cogiendo polvo en una carpeta de hace años. Hoy me decido a publicar la paranoia (aunque no recuerdo si lo he hecho ya...quizá en el antiguo espacio) eso si, con algún que otro retoque...

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Aburrimiento en el parque:

instrucciones para dar patadas a una lata


Antes de comenzar con las debidas premisas me gustaría hablarles, lo más brevemente posible, del “aburrimiento”, al que podríamos describir como una insulsa y anodina sensación que bloquea los sentidos y mantiene al cuerpo en general en un estado de pasotismo muy relevante.

El “aburrimiento”, que todo hijo de vecino ha experimentado, aparece cuando menos se espera adueñándose de la mente y provocando la aparición de una especie de aspiraciones de aire con el orificio bucal en posición de “bola de ping pong”. Estas aspiraciones, denominadas coloquialmente bostezos, son totalmente inofensivas e incluso beneficiosas para el organismo humano; se conocen casos de individuos que por carecer en un momento puntual del oxígeno necesario para una correcta actividad cerebral se vieron momentáneamente sentenciados a una lenta y segura muerte neuronal, de la que nuestro gran amigo el aburrimiento y su fiel compañero el bostezo de emergencia salvaron en un abrir y cerrar de ojos (o más bien de boca). Y es que esos pliegues color rosado “tan bonitos” y “encoliflorados” que escondemos debajo del cráneo también necesitan respirar...

Ahora que conocemos un poco mejor al señor aburrimiento, conviene advertir a los lectores que su compañía, salvo para vagos, pasotas, muertos, dormidos y/o sosos, es un tanto desagradable. Por lo tanto, este texto pretende desarrollar ya no pautas para combatirlo (que me llevaría mucho tiempo del que creo que no dispongo o del que no quiero disponer) sino, más bien, una en concreto (simple y absurda a partes iguales) practicable en zonas arboladas con grandes espacios alrededor, y a una distancia considerable de viviendas y/o personas a las que podamos importunar.



Siga detalladamente y por orden (1,2,3,4,5...), las siguientes instrucciones:

1.Observe detenidamente su anatomía. ¿Dispone de dos extremidades inferiores de características que rayen la normalidad humana? ¿Las extremidades inferiores ya nombradas anteriormente, a las que llamaremos de ahora en adelante piernas, terminan en una especie de ramificaciones de cinco más cinco pequeños apéndices? ¿Estas ramificaciones, a las que pasaremos a llamar pies, y sus pequeños apéndices, denominados comúnmente dedos de los pies, están rodeados de una capa protectora –zapato- que les amortigüe de incómodos roces con la superficie sólida más cercana –suelo-? Compruébelo. Dispone para ello de unos minutos. ¿Ya? Si no está usted del todo seguro no dude en preguntar al primer transeúnte que se encuentre haciendo uso de una frase tan común como ésta: ¿Podría usted ser “tanamableporfavor” (diga esto rápido y sin respirar) de indicarme si llevo “zapatos” en los “pies” (que salen de mis “piernas”) y en los dedos de los “pies” (en los míos, no en los suyos)? Probablemente el individuo al que le haga la interesante e inocente pregunta le dedicará una peculiar mirada, pensará que acaba de escaparse de algún centro psiquiátrico (definición en próximas ediciones) o simplemente le ignorará y seguirá andando (repaso: utilizando las piernas y los pies).


2.Comience a caminar (¡mueva las piernas!...¡a la vez no, que se caerá!... -salvo que lo haga con cierta gracia, a lo que llamaríamos salto-) y vaya en busca de un pedazo de latón en forma de cilindro que en el 69,666% de los casos será roja con letras blancas (coca cola). Nota: no busque en el cielo, debido a la fuerza de la gravedad (cómprese un diccionario, ¡yo no puedo explicarle todo!) la mayoría de los cilindros de latón –o latas- estarán desperdigados por el suelo o en su defecto, en un lugar llamado papelera (donde le recomiendo no rebuscar).

3.Elija una. Si recorriendo el trayecto de la zona arbolada en la que se encuentra se topa con un exagerado número de cilindros de latón próximos entre sí no localizados en el interior del cubículo de la papelera: avise al ayuntamiento (¿qué le dije del diccionario?), los encargados de la limpieza (sea elegante en sus denominaciones) no tienen el gen de la actividad muy desarrollado.

4.Visualice su objetivo: el cilindro de latón o lata. No se trata en absoluto de emular a Ronaldihno sino de desahogarse y ahogar, a su vez, tensiones. Por lo que prepárese para propinar una patada a la lata (cerciórese antes de lo siguiente: ¿es zurdo o diestro?) es decir, aproxime su pierna izquierda o derecha (recuerde: no las dos a la vez o se dará una buena os... digo golpe) con toda la fuerza explosiva de la que disponga y golpee con los dedos de los pies que, como dijimos en el punto número uno -que debió leer con mucha atención-, se encuentran protegidos por el zapato.

5.La lata manifestará movimiento. Si esto le libera momentáneamente del aburrimiento y los bostezos persígala (ande) y repita la operación descrita en el punto anterior. Cuando sienta cansancio o vuelva a aparecer el traicionero aburrimiento deténgase, procurando no dejar la lata en medio del espacio arbolado y así colaborar con el ayuntamiento y los posibles encargados de la limpieza faltos de actividad.




Advertencia: estas marcianas instrucciones (categoría: idas de pinza) y sus respectivos e incontables paréntesis fueron creados una noche de “ lucidez” vodkalizada. A la creadora, que se lo pasó pipa en su elaboración, “le trae –cariñosamente- al fresco” lo que se opine de ellas. Muchas gracias. *

*Esto último leído con voz de aviso de supermercado.