lunes, 23 de julio de 2007

Última indecisión

Cuentacuentos 23

Le temblaron las manos cuando tuvo que elegir. Aunque su desfasado reloj se lo había advertido ya miles de veces y no tendría ya mucha más paciencia con la que obsequiarle él insistía en salirse con la suya y seguía retrasando el momento. Sin embargo sabía que no podría aguantar mucho más. La aldea entera lo había hecho ya: todos y cada uno de sus vecinos. Hacía meses que se había quedado solo en aquella enorme casa, evitando lo inevitable.

Miró a los lados, asegurándose de que nadie le observaba a través de la ventana. ¿Quién iba a hacerlo? –se preguntó. Sabía que era materialmente imposible que alguien siguiera respirando, mucho menos espiando su patética y ya absurda figura tras una lámina de cristal. La vida se había evaporado o por lo menos había cambiado de lugar y se encontraba muy lejos de allí, tenía que aceptarlo. Solo quedaba él. Aún así, movido por quien sabe qué, dio unos cuantos pasos nerviosos y echó la cortina. Sentía unos ojos clavarse en su nuca, por mucho que supiera que no quedaba nadie vivo al que pudieran pertenecer.

Sobre la mesa seguían las dos cartas, boca abajo. Las instrucciones que Ella le había dado eran claras: antes de que llegue la oscuridad debes elegir una carta, si no lo haces...si no lo haces a tiempo...¡Si no lo hago a tiempo...! -no podía terminar la frase sin vivir una pequeña muerte en su interior, quizá reflejo de lo que en realidad le esperaba.

-Es fácil -se repetía - ¡elige de una vez una de las dos! Desde que naciste sabes que esto llegaría. Si el resto ha tenido el valor suficiente...tú también podrás... Solo tienes que levantar una de ellas y...la suerte hablará por ti. Ella te ha asegurado que tras una hay vida y... tras la otra...tras la otra...¡no quiero convertirme en polvo!


Nunca fue capaz de elegir ninguna de las dos cartas. La oscuridad llegó antes de que se decidiera y se lo llevó sin hacer preguntas. Al menos no se equivocó en aquel presentimiento de la ventana: alguien le espiaba, sí, Ella, que es y será siempre una mentirosa: hubiera dado igual cual de las cartas hubiera elegido... tras las dos se encontraba el nombre de aquella vil espía...La Muerte.



Compo por cortesía de Ninivé...¡muchas gracias!

lunes, 16 de julio de 2007

Pastillas para sí soñar

Cuentacuentos 22

Mi primer cuento por estos lares:


La fábrica de sueños cerró por vacaciones. Como todos los veranos, la mujer llenaba la ciudad de carteles dorados que lo anunciaban.

Durante siete días los habitantes de Dicomano, la única ciudad del mundo con una fábrica de tales características, sobreviven sin sueños. Cualquier otra persona es capaz de soñar sin ayuda, simplemente su mente está configurada para que, de forma natural y sin ningún tipo de artificio, los sueños desfilen cada noche por su cabeza. Cualquier otra persona menos un dicomano que sufre un extraño mal que transmite de generación en generación; hace mucho que perdieron esa capacidad y dependen de las caras pastillas personalizadas que fabrica una empresa especialista en la creación de sueños.

Todo empezó el verano de 1808. Dicomano, que por aquel entonces era una ciudad como cualquier otra, con personas capaces de soñar por sus propios medios, estaba en fiestas. Era la última noche de feria y todo transcurría con total normalidad. O eso parecía.

En otra época del año hubiera sido casi imposible que ningún extranjero lograra entrar sin verselas con los vigilantes. Por extraño que pareciese, ya en pleno siglo XIX la ciudad no había crecido lo suficiente y seguía utilizando la antigua muralla y el tradicional sistema de impuestos para atravesarla. Pero en fiestas los controles se relajaban y...¿quién iba a sospechar de aquella preciosa niña de ojos grises?

De repente la ciudad se llenó de un humo blanco y brillante que pronto llegó a todos los rincones. Era imposible escapar de él; al respirar aquel polvillo blanco como la nieve el cuerpo se congelaba. La niña esperó paciente a que todo aquel que se encontrara en Dicomano hubiese quedado petrificado. Con toda tranquilidad se fue acercando a cada una de las improvisadas estatuas humanas: un suave golpecito en la nuca bastaba para que una pequeña esfera de color dorado saliera flotando del interior de cada uno de los presentes. La niña las fue metiendo en una botella diminuta que siempre parecía tener hueco para una esfera más y se marchó de Dicomano con la misma tranquilidad con la que había llegado.

Al cabo de unas horas la ciudad despertó. Nadie recordaba lo ocurrido y tampoco notaron nada extraño en su interior, así que prosiguieron con sus vidas como si nada hubiese sucedido. No notaron nada...hasta que llegó la noche y con ella una poderosa e inexplicable sensación de vacío.

Pocos días después llegó a Dicomano una hermosa mujer de ojos grises que compró la antigua fábrica de harina y colocó en su fachada un cartel con letras doradas:

"Se venden pastillas para sí soñar"

Plaza de Dicomano (La Toscana; Italia)

domingo, 15 de julio de 2007

Comienzos


Aquí estoy...tumbada en la cama, mirando con cara de pocos amigos a mi portátil.
¿La razón? Llevo media hora escribiendo y borrando bienvenidas...
y me estoy volviendo un poquito loca. No puede ser tan difícil...Allá vamos...

Al final he dado el paso: ya tengo mi nueva casita Blogger. La otra sigue abierta para quien quiera echar un vistazo.

¡Pasaros por aquí cuando queráis!

¿Terminaremos todos en estos lares? ¡Resistir supervivientes!
Si mi otro espacio funcionara bien me quedaría sin dudarlo...¡ya empiezo a echarlo de menos! ^^ aunque no descarto cogerle cariño a este...

¡Un besito!

P.d: Me dejo ayudar con la mudanza, la decoración o la instalación de cañerías...